07 marzo de 2025
Hace tres años, durante una visita a una escuela rural en Antioquia, vi a una niña en silla de ruedas esperar bajo un árbol mientras sus compañeros subían las escaleras del salón; Su sonrisa era amplia, pero sus manos aferraban las ruedas con una tensión que delataba la frustración. Ese día entendí que la Seguridad y Salud en el Trabajo (SST) no son solo protocolos en un papel, sino el abrazo que evita que un niño se sienta invisible. En Colombia, donde la diversidad geográfica se iguala a la desigualdad social, la SST en entornos educativos inclusivos no es un tema técnico, sino una deuda histórica con quienes han sido marginados.
Este escrito narra nuestra realidad y defiende que la seguridad bien entendida es el primer paso hacia una inclusión que no discrimine ni excluya.
Entre Avances y abismos
Colombia: Un país que legisla, pero no siempre protege. He visto cómo las leyes florecen mientras las aulas siguen heridas. La Ley 1618 de 2013 y el Decreto 1421 de 2017 son faros legales, pero en terreno, el 68% de las escuelas rurales siguen sin rampas (DANE, 2022). En Leticia, en una escuela sobre palafitos, un estudiante con muletas confesó: “Cuando llueve, prefiero faltar a clase: me da miedo a caerme y fracturarme de nuevo”; esa confesión, sencilla pero devastadora, resume por qué la infraestructura sigue siendo un enemigo de la inclusión.
Riesgos que silencian voces. En La Guajira, los protocolos de emergencia escritos solo en español, ignorando que el 40% de los estudiantes son wayuu. Un profesor me dijo: “Aquí, cuando suena la alarma, los niños sordos solo ven correr a los demás”; mientras tanto, en Santander, tras el temblor de 2022, una madre nos mostró el brazo fracturado de su hijo sordo y lamentó: “Se tropezó en la oscuridad porque no había luces de emergencia”. Estos no son “accidentes”, sino violencias disfrazadas de descuido.
Pero también he visto milagros cotidianos: en Sincelejo, un grupo de ingenieros y docentes creó alarmas vibratorias con motores de lavadoras viejas; en Cundinamarca, un niño ciego me guio con orgullo por los mapas táctiles del INCI mientras decía: “Ahora sé cómo salir si pasa algo, sin depender de nadie”. Estos ejemplos no son excepciones, sino prueba de que, cuando las comunidades se unen, la SST se vuelve un acto de amor colectivo.
Por qué la SST es nuestra bandera.
1. “La dignidad no se negocia” (Ética desde el territorio)
El artículo 11 de nuestra Constitución no es una frase bonita, sino un mandato. En Cali, conocimos a María, una niña que usó muletas hasta los 12 años porque su colegio no tenía rampas. Su padre, un albañil, demandó al colegio y, aunque la Corte Constitucional falló a su favor, María dice con amargura: “No quiero que otros pasen por lo mismo”. La Seguridad y salud inclusiva no es caridad, sino reparación de un sistema que ha roto sueños.
2. “Invertir en prevención es sembrar futuro” (Lógica que trasciende números)
Sé que muchos rectores piensan: “¿Rampas o pupitres?”, pero los datos son claros: por cada millón invertido en accesibilidad, el Estado ahorra cinco en gastos médicos (MEN, 2023). En Medellín, tras instalar barandas antideslizantes, una directora me compartió: “Antes, cada caída era un problema con los padres; hoy, los niños juegan sin miedo”; esto demuestra que la SST no es un gasto, sino semilla de prosperidad.
3. “La inclusión nos cura como sociedad” (Tejido social resiliente)
En Quibdó, adolescentes formados en primeros auxilios psicológicos ahora son líderes contra el matoneo. Uno de ellos, José, sobreviviente de minas antipersonal, me dijo: “Aprendí que mi discapacidad no me hace débil, sino que me permite entender el dolor ajeno”; su testimonio revela que la Seguridad y Salud en el Trabajo bien aplicada no solo salva cuerpos, sino que transforma miradas.
4. “Colombia no puede quedarse atrás” (Compromiso con el mundo)
Hemos firmado los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), pero ¿de qué sirve el ODS 4. Educación de calidad si un niño sordo no puede evacuar? En 2023, la UNESCO nos felicitó por avances en infraestructura, aunque su informe añadió: “Faltan planes de emergencia con enfoque diferencial”. No podemos ser líderes en paz si ignoramos a los más vulnerables, pues la verdadera inclusión empieza donde termina la indiferencia.
Conclusión: Un país que elige proteger.
Hoy, mientras escribo esto, recuerdo a esa niña de Antioquia. No sé si ya tiene rampas en su colegio, pero sé que cada vez que un rector(ra) invierte en Seguridad y Salud inclusiva, alguien como ella deja de esperar bajo la lluvia. Colombia tiene una elección: seguir siendo el país de las escaleras rotas o convertirse en el territorio donde la seguridad se construye desde las diferencias.
Como profesional en SST, creo en soluciones técnicas, pero también en el poder de las historias. Termino con las palabras de Lucía, una estudiante ciega de Barranquilla que me escribió: “Profe, no quiero que me lleven en brazos. Quiero que mi colegio tenga alas para volar seguros”. Es hora de darle esas alas.
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Referencias
DANE (2022). Encuesta Nacional de Discapacidad.
MEN (2023). Informe de Gestión: Inclusión Educativa.
UNESCO (2023). Programa Escuelas Seguras: Lecciones desde Latinoamérica.
Testimonios recopilados en trabajo de campo.
Notas del autor:
Esta reflexión nace de años recorriendo aulas, escuchando a docentes y abrazando las frustraciones y triunfos de estudiantes.
Los nombres han sido cambiados por privacidad, pero las historias son tan reales como nuestra esperanza de cambiar el sistema
Diana Lara.
directiva@dianalarasst.com