Asistí al Congreso de CLACSO motivada por una necesidad urgente: comprender cómo las ciencias sociales están investigando el trabajo en América Latina y qué lugar ocupa la salud laboral dentro de ese análisis. Como profesional en Seguridad y Salud en el Trabajo (SST) que acompaña procesos en instituciones educativas, me vinculé especialmente con tres mesas del eje 18 sobre reconfiguración del trabajo. Si bien encontré propuestas críticas y sensibles frente a la precarización y fragmentación del trabajo docente, no pude evitar notar que —salvo una excepción significativa— la SST brilló por su ausencia. La investigación chilena presentada por Daniela Barruel y Dominique Fontalva sobre las docentes sindicalizadas fue, para mí, una luz; no solo visibilizó los efectos del acoso laboral y los riesgos psicosociales normalizados, sino que generó herramientas prácticas, como un cuadernillo de apoyo ante vulneraciones de derechos, derivado de un caso tan trágico como revelador: el suicidio de una maestra víctima de violencia institucional, esta investigación no se limitó a denunciar, sino que propuso.
Sin embargo, esta fue la excepción. El resto de las investigaciones que presencié, aunque valiosas, no lograban conectar con las estructuras materiales del trabajo ni con los marcos normativos que podrían transformar esas realidades. Se hablaba del “malestar docente” sin aterrizar en las causas estructurales, en los factores de riesgo específicos, en la legislación laboral vigente o en las obligaciones institucionales; como si el trabajo se analizara únicamente como experiencia cultural y no como realidad sujeta a condiciones, responsabilidades y derechos. Esto no es una crítica despectiva: es una invitación, porque si bien la SST es una disciplina técnica, también es profundamente social; la salud laboral es política pública, es derecho humano y es un factor clave para garantizar procesos educativos sostenibles.
En Colombia, las instituciones educativas suelen catalogarse como “de bajo riesgo”, pero basta mirar de cerca para advertir una problemática silenciada: docentes con insomnio crónico, hipoacusia, disfonía, cuadros de ansiedad, crisis de pánico, licencias por burnout y estrés laboral persistente (por mencionar algunos), a esto se suma la naturalización de la precarización: trabajar más allá del horario, asumir cargas administrativas excesivas, recibir bajos salarios y justificarlo todo con la retórica de la vocación y la pasión por enseñar. Este relato romántico invisibiliza los daños y justifica la falta de acción institucional.
En las mesas que presencié, escuché con atención cómo se hablaba del salario emocional, del sentido de pertenencia y de liderazgos comunitarios, pero muy poco se abordaba la responsabilidad del empleador frente a los factores de riesgo o la necesidad de integrar la SST como un eje transversal en la vida institucional. ¿Por qué no hay más investigaciones que articulen el enfoque pedagógico con el enfoque preventivo? ¿Por qué no pensar el aula también como un entorno de trabajo? No se trata de reducir la escuela a una empresa, sino de reconocer que en ella hay trabajadoras y trabajadores, sujetos de derechos, cuya salud física y mental condiciona directamente la calidad educativa. Hacen falta más puentes entre la academia y la técnica; más investigación situada, que no se limite a describir el síntoma, sino que comprenda las causas y proponga intervenciones desde lo estructural.
También eché de menos mayor presencia de programas universitarios en SST, de estudiantes y docentes que se forman en lo laboral. Nuestras disciplinas no pueden seguir aisladas de la discusión política y educativa, la SST no es solo un tema de producción eficiente, es una apuesta por la dignidad, por el cuidado y por la justicia dentro de las instituciones.
Me llevo de CLACSO una certeza renovada: el trabajo no puede seguir viéndose como un asunto exclusivamente económico ni como una experiencia meramente subjetiva; es un fenómeno social, político, técnico y cultural que debe ser abordado con un enfoque integral. Las instituciones educativas, como espacios laborales, tienen un doble rostro: forman ciudadanos, pero también sostienen condiciones de empleo que deben garantizarse con responsabilidad.
Acompañarlas desde la SST es contribuir a una comunidad más consciente, justa y saludable, mi compromiso no es solo intervenir desde la consultoría, sino seguir investigando desde lo situado, promoviendo un diálogo entre saberes y construyendo colectivamente nuevas formas de mirar —y dignificar— el trabajo en la educación.

