La complacencia: el enemigo silencioso de la prevención en instituciones educativas.

La complacencia: el enemigo silencioso de la prevención en instituciones educativas

En el ámbito educativo, solemos pensar que los mayores riesgos son externos: accidentes de tránsito, fallas en la infraestructura, emergencias naturales. Sin embargo, hay un enemigo silencioso que opera desde adentro y que, con frecuencia, pasa desapercibido: la complacencia.

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La complacencia es esa sensación engañosa de seguridad que lleva a los directivos, docentes y equipos administrativos a creer que todo está bien, simplemente porque “nunca ha pasado nada”. Es la justificación que inmoviliza, la excusa para no actuar, la voz interna que dice: “Estamos bien, no necesitamos cambiar”. Y en prevención de riesgos, esa actitud resulta peligrosa.

¿Qué entendemos por complacencia en prevención?

En términos simples, la complacencia significa dejar de estar atentos. En lugar de mantener la vigilancia y la acción preventiva, se opta por la pasividad.
En instituciones educativas, esto se traduce en situaciones cotidianas:

No actualizar el plan de emergencias porque nunca ha ocurrido una emergencia.

Posponer el mantenimiento de la infraestructura porque “el próximo año lo revisamos”.

Rechazar capacitaciones en seguridad porque “eso no es necesario para docentes”.

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Mientras tanto, los riesgos siguen latentes. Y el día que se materializan, las consecuencias son mucho más graves porque nadie estaba preparado.

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Los cuatro rostros de la complacencia

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Mientras tanto, los riesgos siguen latentes. Y el día que se materializan, las consecuencias son mucho más graves porque nadie estaba preparado.

Complacencia cómoda:

“Aquí nunca pasa nada”.

La falsa confianza que impide actualizar planes, protocolos y capacitaciones.

Complacencia cálida:

“Esperemos a que se resuelva solo”.

Se aplazan soluciones, como reparar goteras o atender riesgos menores, hasta que se convierten en problemas graves.

Complacencia arrogante:

“No tenemos nada que aprender”.

Una negación del aprendizaje preventivo que deja sin preparación a quienes deben responder en emergencias.

Complacencia por falta de visión:

“Demuéstrenme que vale la pena invertir”.

Aquí se ignoran los costos —como el ausentismo, el presentismo o el desgaste docente— porque no se registran.

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El verdadero costo de la complacencia

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La prevención suele ser invisible: no se puede tocar, no se celebra cuando todo está en calma. Pero justamente ese es su valor. Lo que no ocurre gracias a la prevención representa ahorro, seguridad y bienestar.

Cuando la complacencia domina, los costos aparecen en otras formas:

Costos económicos: ausentismo, rotación, horas extras, interrupciones.
Costos humanos: estrés, agotamiento, burnout, desgaste docente.
Costos institucionales: pérdida de credibilidad, quejas de padres, reputación afectada.

Lo más complejo es que estos costos, al no siempre registrarse, parecen “invisibles” para las directivas. Sin embargo, su impacto sobre la sostenibilidad educativa es innegable.

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Superar la complacencia: de gasto a inversión

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Romper con la complacencia implica un cambio de mentalidad. Significa comprender que la prevención no es un gasto sino una inversión con alto retorno. Estudios señalan que por cada peso invertido en Seguridad y Salud en el Trabajo, se genera un retorno promedio de 7,19 pesos.

En el sector educación, ese retorno se traduce en:

– Mayor bienestar y motivación docente.
– Reducción del ausentismo y presentismo.
– Mejora del clima institucional.
– Más confianza de los padres y familias en la institución.

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Conclusión

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En seguridad, la peor frase que se puede escuchar en un colegio es: “Aquí nunca pasa nada”. Porque cuando bajamos la guardia, es cuando realmente ocurre.

La complacencia —cómoda, cálida, arrogante o por falta de visión— es el mayor enemigo de la prevención en el sector educativo. Superarla requiere liderazgo, vigilancia permanente y acción continua.

Invertir en prevención no solo protege a docentes y estudiantes: fortalece la calidad educativa, la confianza de la comunidad y la sostenibilidad de la institución. En otras palabras, prevenir es cuidar, y cuidar es crecer.

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